Todos los seres humanos hemos sentido miedo alguna vez en nuestra vida. Lo común es experimentar esta sensación que nos invade el cuerpo cuando nos sentimos amenazados, cuando sentimos que corremos algún peligro o pensamos que podemos salir lastimados.
El miedo puede ser inducido por múltiples causas; algunas compartidas por muchos como la muerte, el dolor y lo desconocido y algunas específicas como el miedo a los temblores o a los aviones que pueden estar conectadas a algún evento traumático. El miedo se manifiesta en diferentes magnitudes dependiendo de la situación y el grado de riesgo o peligro, sin embargo, no solamente se vincula a las reacciones físicas. También existe el miedo emocional, el cual se presenta en nuestra vida cotidiana, como por ejemplo el miedo al fracaso, a salir lastimados de una relación amorosa, a la traición, a no pertenecer a un círculo social, a decir lo que pensamos, a ser juzgados, a no cumplir con las expectativas de los demás, miedo a hablar en público, y así, podríamos seguir y seguir.
Si profundizamos en este tema, las preguntas principales que surgen e indagaremos son, ¿Qué es el miedo?, ¿Qué puede detonarlo en nosotros? y ¿Existen formas de controlarlo? Y si sí, ¿Cuáles son?
Existen varias razones por las cuales experimentamos miedo, esa sensación que a veces, puede llegar hasta a paralizarnos. Se cree que sentimos miedo como un mecanismo de defensa y de supervivencia que nos permite actuar ante situaciones adversas con rapidez. Su definición exacta, según el Diccionario Real Academia de la Lengua Española es, “angustia por un riesgo o daño real o imaginario, presente, futuro o incluso pasado” o “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.” La palabra miedo, surge de la palabra en latín “metus” la cual significa temor, y en esencia, se refiere a la emoción que surge del rechazo natural hacia un riesgo o a la amenaza. Su expresión máxima es el terror.
De igual forma, existen varias teorías de por qué sentimos miedo; hay quienes dicen que el miedo es algo aprendido, o quienes dicen que el miedo viene de un conflicto no resuelto. De acuerdo a la teoría de Sigmund Freud se puede clasificar el miedo en dos tipos: el real y el neurótico. El miedo real, es aquel que corresponde a la amenaza que sentimos. Es decir, el miedo es coherente al riesgo al que estamos expuestos. Podemos decir, que es un miedo racional que pone a la persona en alerta ante el peligro, y prepara al individuo para la huída. En cambio, el miedo neurótico, es cuando la intensidad de éste no tiene relación con el peligro, es decir, el peligro no es real y no supone una amenaza para la vida. Es un miedo que se experimenta ante algo que no existe, y es por tanto una sensación revivida con la imaginación. La persona comienza a experimentar inseguridad, su pensamiento va más allá, adelantándose a que pueda pasarle algo, pero no sabe ni qué le puede pasar ni qué es lo que le produce el miedo, experiencia que puede ser paralizante. En otras palabras, es cuando lo que nos asusta lo imaginamos o magnificamos.
Al sentir miedo ante una amenaza física, la falta de control puede generar angustia y ansiedad. ¿Qué podemos hacer en estos casos? Lo ideal es no “apanicarse”, es decir, que nuestra reacción no sea desproporcionada, ya que esto no nos permite evaluar el peligro y buscar alternativas o soluciones. Cuando nos invade el pánico solemos paralizarnos, por lo que se recomienda estar preparados, es decir, tomar medidas preventivas ante los diferentes escenarios que se puedan presentar.
El placer, la tristeza, la depresión, el miedo, el enojo, la hostilidad, la ansiedad, son emociones que dan ciertas tonalidades a nuestra vida cotidiana, que enriquecen cada una de nuestras experiencias y nos permiten aplicar el conocimiento obtenido con pasión y carácter. Para entender una emoción como el miedo, es necesario entender primero la relación entre el sentimiento cognitivo representado en la corteza cerebral y los signos fisiológicos asociados regulados por las áreas subcorticales (Kandel, 2000). Un estímulo emocional con una intensidad significativa activa sistemas sensoriales que envían la información hacia el hipotálamo, el cual genera una respuesta capaz de modular la frecuencia cardiaca, la tensión arterial y la frecuencia respiratoria. Al mismo tiempo, la información de este estímulo es llevada hasta la corteza cerebral, de modo que el estímulo y la información son llevados indirectamente desde los órganos periféricos (los cuales perdieron su estado homeostático debido al estímulo) y directamente desde el hipotálamo, la amígdala y las estructuras relacionadas.
Cuando tememos a algo, las reacciones físicas se expresan de distintas formas; el corazón nos late rápidamente (lo que conocemos como taquicardia) produciendo adrenalina, se nos sube la presión arterial, aumenta la glucosa en la sangre, comenzamos a sudar, estamos alerta, abrimos los ojos y se dilatan las pupilas, todo preparándonos para huir o escapar de la situación que nos amenaza.
Eric Potterat, psicólogo de la armada norteamericana creó cuatro técnicas de resistencia mental para enfrentar miedos paralizantes. Estas técnicas fueron creadas para soldados en las guerras, y las nombró las “4 Grandes”. La primera es establecer metas, concentrándose en “metas específicas que permitan que el cerebro ponga orden en el caos y mantenga controlada la amígdala (el centro emocional del cerebro).” La segunda es la visualización. Digamos que es como si hiciéramos un simulacro mental. Eric Potterat dice así: “Si practicas primero en tu mente y luego haces un ensayo de lo que deberías hacer en un momento estresante, cuando tengas que enfrentarte con estas situaciones en la realidad será la segunda vez que lo hayas hecho frente a dicha dificultad, entonces tendrás una reacción de menor angustia”.
La tercera tecnica implica invocar pensamientos positivos, ya que al generarlos “aumenta la posibilidad de éxito para enfrentar las dificultades.” Finalmente nos queda activar el control; esto lo podemos lograr haciendo respiraciones profundas. Lo vemos constantemente en el yoga y en la meditación u otras actividades para controlar la ansiedad y relajarnos. Las respiraciones largas llevan más oxígeno al cerebro, el cual deja de trabajar apropiadamente por el miedo. Al oxigenarse, mantenemos el control y nos podemos enfocar en solucionar o actuar ante la amenaza.
Así que, como podemos ver ¡no todo está perdido! Si conoces tus miedos empieza a trabajarlos. Hoy en día existen muchísimas técnicas para ayudarte a disminuirlos e incluso vencerlos, siempre y cuando nos enfrentemos a ellos con compasión por nosotros mismos, paciencia, amor propio, y lo hagamos dentro de contextos profesionales que nos puedan brindar la contención adecuada.
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